Ni idea dónde voy pero seguime

jueves, 20 de mayo de 2010

Un pollo en la mochila

Antes que nada quiero advertir que lo que van a leer a continuación es real. Sucedió hace ya algunos años en la ciudad de Berlín y se mantiene hasta el día de la fecha (hoy se conmemora el día de la fecha, o de la flecha, no importa) como el día más raro en mi vida. Aquí la anécdota.

Estábamos con Hernán de viaje hacía ya varios días. Tal vez unos 20. Sucios, cansados, con poca plata y con hambre. Decidimos quedarnos 1 semana en Berlín no solo porque era una linda ciudad sino porque el hostel era muy barato y tenía cocina, lo que nos permitía ahorrarnos buena plata. Un día, sin sospecharlo, empezó el día más raro de mi vida.


Primero nos pusimos a hablar con un argentino que resultó vivir a 3 cuadras de la casa de Hernán y que conocía a mucha gente en común. El pibe viajaba con una puerta que se había comprado en Marruecos. Después nos fuimos a caminar por ahí y mientras discutíamos si subir a una torre o no porque era paga, vino un tipo de la nada nos preguntó si éramos italianos y cuando escuchó "no, argentinos" nos abrazó. 


José era español pero vivía con su novia alemana hacía un año o dos en Berlín. No hablaba alemán y se aburría mucho. Nos preguntó si queríamos pasar el día con él. Nos ofreció ir a pasear en auto y aceptamos. Un cero KM hermoso. Escuchamos música y viajamos en algo que no fuera tren después de muchos días. Fuimos a un supermercado a comprar algo para comer y descubrimos ofertas imperdibles. Compramos un pollo congelado que yo cargué en el bolsillo externo de mi mochila. No era un bolsillo sino más bien como unos precintos que dejaban lugar exacto para calzar las patitas del pollo y cuyo broche ocupaba el lugar donde debía estar la cabecita de nuestra futura cena. Hacía mucho frío así que no íbamos a necesitar heladera. Salimos de ahí y fuimos al Museo del Holocausto.


Al llegar, vimos que teníamos que dejar las mochilas para entrar. Me acerqué al mostrador y casi vomito por el hedor del muchacho que estaba del otro lado. Creo que no se bañaba desde la Segunda Guerra Mundial. Le di mi mochila, con el pollo casi colgando de ella, en realidad sus patitas, y el tipo me miró feo. Yo lo miré, él me miró. Miramos el pollo los dos y le hice el gesto de levantar los hombros. Me miró, miró el pollo y le respondí en mi mejor inglés posible, "it´s my dinner". Con cara de trapo de piso viejo agarró la mochila y me dio el número correspondiente para retirarla a la salida. Después de ahí nos fuimos a un shopping a tomar un helado.


El helado era muy caro y no nos alcanzaba para tanto, así que terminamos tomando un Martini Rosso a las 3 de la tarde. José estaba feliz de hablar en español y nos contaba que las alemanas adoraban a los latinos. No pasó mucho tiempo hasta que dos chicas se nos acercaron y nos preguntaron de dónde éramos. Una era un sueño la otra como despertarte un lunes para ir a trabajar. Nos dieron el teléfono y quedamos en llamarlas para salir. Nos despedimos de José y nos fuimos a cocinar el pollo viajero.


Comimos y después salimos con gente del hostel. Nos pasó a buscar un filipino que nos llevó a un montón de lugares en los que no nos dejaron entrar. Terminamos en un bar un poco raro. No nos dábamos cuenta de qué, pero tenía algo raro. Hasta que nos dimos cuenta de que no había mujeres. Así es, terminamos en un bar gay. Ya no había trenes y teníamos que esperar un par de horas. El barman se me hizo el simpático y me regaló un trago. Le saqué dos más para mis amigos y esperamos a que hubiera trenes de nuevo para volver.


Subimos a uno pero había guardas y no teníamos boleto. Tuvimos que bajarnos y esperar otros cuantos minutos. Subimos al siguiente tren y lo que vimos fue increíble. 4 o 5 borrachos vestidos de árboles iban cantando en el piso y en los asientos. Uno de ellos le quería hacer masajes en los pies a una pasajera. Nos miraban y se reían. Y les dijimos, ¿de qué se ríen si ustedes van vestidos de árbol? Obviamente "los hombres hoja" no entendieron. Pero su disfraz era muy bueno, tenían hojas de felpa o terciopelo cosidas sobre su ropa y parecía que habían rodado por alguna vereda otoñal. Gritaban, aplaudían, estaban muy muy borrachos.


Bajamos del tren y vimos un tipo con la pierna dada vuelta. Se había caído de la escalera y me parece que se fracturó la rodilla, si es que se puede. Venían los de la ambulancia y Hernán le dijo "hola" a una alemana que bajó con nosotros del tren. Ella le contestó "hola". Él dijo "¿cómo estás?" y respondió de nuevo "bien, gracias". Nos quedamos atónitos. Era ecuatoriana y vivía ahí en Berlín. Nos preguntó si la queríamos acompañar hasta su casa, vivía con amigas. Fuimos y se despidió en la puerta, nos dijo que volviéramos a verla al otro día. Caminamos unos pasos y nos dimos cuenta, como Jim Carrey y su amigo retonto, que no le habíamos preguntado qué departamento era. ¿Se puede ser tan nabo? Sí, se puede. Yo dije no importa, miramos en el portero (allá tienen los nombres en la puerta) y buscamos algún Gutiérrez Mándara Alcorta. Eso hicimos, y se llamaba así. Chan. Por supuesto nunca nos atendió.

Las chicas del shopping tampoco nos dieron bola para salir y nunca nos subimos a esa torre donde nos encontró José. Pero el pollo estaba buenísimo.

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