No sé bien si eligió vivir en la ciudad del viento o ella lo eligió a él.
Podría parecer una casualidad, pero habiéndolo conocido un poco yo creo que no fue así.
Donde hay viento, hay aire. Hay ráfagas, brisas, remolinos y soplidos. Es un hábitat ideal para remontar barriletes. Para ir largando la piola y que tomen altura las ideas.
Cuando el viento sopla mucho hay que refugiarse adentro. Replegarse.
Y él era un experto en plegado.
Recordaré los trekkings intelectuales a mente traviesa que compartimos.
Hasta siempre, Polo. Hay hilos que no se cortan nunca.