Ni idea dónde voy pero seguime

jueves, 27 de septiembre de 2012

Cuánto

¿Cuántos años tenés? ¿A cuánto el kilo de peras? ¡¿Cuánto?! ¿Cuántos followers tenés en Twitter? ¿Cuántos amigos de Facebook? ¿Cuánta plata ahorrada? ¿Cuántos dólares puedo comprar? ¿Cuánto gana? ¿Y él? ¿Cuánto gana él? "Me dio mal el colesterol" ¿cuánto?

Que cuántos puntos de rating hizo Tinelli, cuánta gente vino a mi cumpleaños, cuántos me saludaron por mail, por teléfono o con una tarjeta. Cuánto, cuánto. Cuanto cuánto que hay por ahí.

¿De dónde vendrá nuestra obsesión cuantitativa? Tanto preocuparse. ¿Vendrá del envido? ¿Cuánto tenés? A lo mejor es una consecuencia de la acumulación capitalista. O en una de esas algún chino muy popular (Qwan To).

¿Con cuánto fue electa? El sistema democrático se basa en eso. Manda la mayoría. La cantidad. Y las minorías (que suelen no estar cohesionadas), se joden. O se adaptan. Es el atropello a las minorías en nombre de la mayoría porque, se sabe, no se puede contentar a todos. 

La cantidad para muchos es sinónimo de éxito. Lo que masivo, mayoría, es exitoso. Pero ojo porque mucha cantidad puede no ser buena calidad. Porque más gente significa más plata pero no mejoría. 

Y no sé si está mal preocuparse por el cuánto. Lo que creo que es malo es dejar de lado el para qué.

viernes, 21 de septiembre de 2012

De diez en diez

Los primeros diez años de tu vida se te van en aprender lo básico: caminar, jugar, bailar, correr, participar. A patinar y a andar en bicicleta. A nadar. A hablar en inglés. Aprendés a ser niño, amigo. Desde los 10 hasta los 20 tenés que perfeccionarte para lograr ser adulto más tarde. Entonces atravesás la adolescencia, previo paso por la pubertad.

Se aprende a enamorarse, a tratar de gustarle a alguien, a estudiar. A mentir y a dibujar. Bah, eso yo todavía no pude aprenderlo. También a hacer trámites, a viajar solo y a manejar. Algunos a fumar, a tomar mate.

De los 20 a los 30 se busca crecer. Aprendés a estar solo más que un par de horas. Después a estar con vos. A cocinar y a planchar. A escuchar. A perdonar. A enamorarse. A pasar de vivir sin tiempo a tener tiempo libre.

De los 30 a los 40 aprendés a conciliar. A convivir. A decir que no. A decir que sí. A decir otro día. A ser vos. A compartir. A ser tíos, padres, maridos y mujeres. A disfrutar del tiempo libre que antes te angustiaba.

Y hasta acá puedo contarles. Por el momento.


martes, 18 de septiembre de 2012

¿Vale la pena esforzarse?

Debo estar con una crisis existencial porque últimamente me hago preguntas raras. O poco comunes. Esta vez me puse a pensar si realmente vale la pena hacer esfuerzos. Así de contundente. Pensaba, por ejemplo, en la gente promedio como yo que trabaja 8 horas por día 5 días a la semana durante 50 semanas al año para descansar dos. Y qué decir de los que trabajan más horas, digamos 10, durante más días a la semana, pero digamos 5, para irse solo 3 semanas. Quizás 4. Hacen un esfuerzo mayor todavía para después disfrutarlo. ¿Es tan así? No sé, me suena un poco raro ahora. El razonamiento es: "Me rompo el lomo todo el año, gano más y después en mi tiempo de descanso puedo gastar más". Supongamos que alguien promedio se cansa 70 de 1 a 100. Este otro se cansa 100 de 100. Entonces la ecuación no me parece que convenga: se cansa más para descansarse más. ¿No sería lo mismo a fin de cuentas? ¿Dónde radica la ventaja?

Es simbólica. El tipo o la mina que hace eso y trabaja más tiempo para después estar más tiempo sin trabajar o gastar más (como si gastar fuera sinónimo de disfrute) cree que tiene un plus. Pero no se da cuenta de que tal vez solamente es simbólico. Entre esas dos personas que comparé las 10 horas semanales más que trabaja el segundo son 500 al año (más que el otro). Son casi 21 días. O sea que usó 21 días para tener a lo mejor el mismo tiempo que el otro y solo gastar más plata. O bien tener unos días más (digamos 14). Dar 21 y recibir 14 me da -7.

El otro tipo, el menos ambicioso, invirtió 2.000 horas al año (40 por semana, 8 por día). Contra las 2500 del que se rompe más el lomo. Si descansa dos semanas nos da que trabajó 83,3 días para tener 10 (hábiles) de descanso. Da 73 días netos.

El roto trabajó 104,1 días para descansar 15 o 20. En el mejor de los casos da 84 días el saldo. Por supuesto acá no está en tela de juicio la prioridad, el orgullo, etcétera que movilizan a las personas. Simplemente me parecía interesante poner esto en términos cuantitativos.

Pensar un poco sobre la conveniencia. ¿No será que venimos con mandatos que cumplimos sin cuestionar creyendo que son dogmas? ¿Es realmente más inteligente cansarse más para descansar más?

Como aquél cuento de Landriscina donde un gringo le preguntaba al paisano que descansaba bajo un árbol por qué no vendía la oveja para comprar otra y así poder vender lana y comprar ovejas para tener más lana y vender más ovejas y así hasta llegar a exportar al mundo y poder tirarse a descansar. "¿Y qué estoy haciendo?" le preguntaba el tipo.

Piénsenlo para el colegio. ¿Quién es más "piola"? Está el que se esfuerza todo el año para tener 3 meses de vacaciones y el que relaja todo el año y tiene –digamos 1 mes–. Pero este "vago". Este zángano en realidad tiene algo más balanceado. Ahí quiero ir.

No me opongo al esfuerzo. No me parece mal dar más por algo que para uno valga la pena. Pero me parece que es un ideal muy occidental y que va en detrimento de la armonía, del equilibrio. Está buenísimo para un chico tener 3 meses de vacaciones, pero ¿no es un poco desbalanceado? 9 meses de mucho contra 3 de nada. 

No quiero emitir un juicio sobre si está bien o mal. Solamente quería cuestionarme esto del equilibrio. No sé, a veces está bueno todo en su justa medida. No puedo dejar de pensar que si puedo estar 3 meses sin hacer nada es porque trabajé de más el resto del año.

Es filosofía de vida tipo montaña rusa. Mucho esfuerzo para llegar arriba y después es todo bajada. Ni mal ni bien, pero hay otras. Eso creo. Algo más parejo tal vez. Más balance.

lunes, 10 de septiembre de 2012

¿Para qué discutís?

Llegué a darme cuenta de que está bueno, antes de embarcarse en una discusión con alguien, preguntar para qué lo hacemos. Parar la pelota un momento y consultarnos a nosotros mismos –¿para qué discuto?–. Ser honestos con nosotros, con el otro y con la discusión misma. Realmente, ¿sabemos para qué discutimos algo?

Podrán pensar que es una tremenda estupidez lo que digo pero les pregunto ¿lo es? ¿Por qué no pensar en cuál es el objetivo de algo en lo que vas a dedicar tiempo y esfuerzo? A priori se me ocurren algunos motivos:
a. Para demostrar que tenés razón
b. Para mostrarle al otro que está equivocado
c. Para discutir

Para tener razón
Si lo que buscás con la discusión es demostrar que tenés razón primero hay que revisar si solamente hay una posición "correcta". Muchas veces las posturas tienen que ver con puntos de vista y realidades diferentes. Me parece que detrás de esta motivación se esconde una inseguridad importante y un ego que necesita ser regado a menudo. 

Para mostrarle al otro que está equivocado
En este caso hay algo que me parece un poco peor que en el caso anterior. No solamente querés demostrar tu acierto (aunque puede omitirse esto) sino que además querés hacerle ver al otro que está mal lo que piensa. O lo que cree. O lo que defiende. ¿Qué ganás vos con eso? ¿Abrirle los ojos? ¿Qué diferencia hay con la anterior? El ego se ve agrandado por empequeñecer al otro. ¿Es así realmente? ¿Alguien es menos por equivocarse o por estar equivocado en algo? ¿Es eso parámetro de mejor o peor? (asumiendo que realmente esté equivocado). 

Para discutir
Después de pensar las dos anteriores me parece que esta es la más sana de las tres. O al menos la menos egoísta. Si la discusión es el fin puede que haya beneficios colaterales como enriquecernos con otro punto de vista, aprender, conocer al otro. Incluso puede que sea para molestarlo. Incomodarlo, hacerlo pensar para que nos haga pensar. Una especie de gimnasia mental. Hasta si fuera por hacerle perder el tiempo, está en el otro engancharse en la trampa.

¿Por qué pensé en esto? Porque me di cuenta de que muchas personas cuando discuten no discuten. Quieren tener razón nada más. No les importa la discusión en sí misma. Por eso no escuchan. Si fuera una película adelantarían hasta el final donde ver el desenlace. Les importa tener razón o mostrarle al otro su error. Así que yo empecé a preguntar cuando comienzo una discusión: ¿para qué discutís? Lo hago por mí. ¿Qué busco? ¿Qué me aporta? ¿Quiero tener razón o me interesa el debate?

Vos, ¿para qué discutís?

viernes, 7 de septiembre de 2012

Instrucciones para quedar como un boludo

Asegúrese primero estar en un lugar donde haya otras personas. Es demasiado intentar ser un boludo si no hay nadie que pueda notarlo. Si es una reunión, intente participar animadamente de la conversación. Lo que diga es lo de menos. Pero intente que no sean comentarios atinados y aguzados. Esto lo distraerá de su objetivo final. Recuerde que quiere quedar como un boludo.

Haga gestos. Levante las manos cuando hable y de ser posible interrumpa a los demás. Píselos sin remordimientos, recuerde que su fin es el más noble de todos. Si está dispuesto a perfeccionar su performance puede primero detectar a aquél que menos participa e interrumpirlo repetidas veces como si fuera algo personal. Procure utilizar un volumen de voz un poco más fuerte de lo habitual, así agregará una impronta de irritabilidad a su intervención.

Ríase. A carcajada limpia y de cualquier cosa. Si se ríe de sus propios comentarios elevará exponencialmente su grado de boludez. O al menos la percepción del resto. Búrlese de cualquiera que vuelque su vaso y señálelo para ponerlo en ridículo. Juegue a embocar maníes o chizitos en los vasos de otros. No falla.

Haga comentarios para incomodar a alguien.  No hay nada más claro para detectar a un boludo que ver cómo intenta molestar a otro con lo que dice. Cuanto más pacífica sea su víctima más rápido será percibido usted como un boludo.

Láncese sobre la comida como si nunca hubiera comido antes. Si el anfitrión preguntase luego de la torta si alguien todavía no ha comido responda fuerte y claro "¿se puede repetir?". Límpiese en el sillón la crema de la torta. Recomiende una de las masas de las que solo hubiera una o dos en su tipo y deglútala sin darle tiempo a otro de probarla.

Jáctese de logros que a nadie le importan y obligue al resto de los presentes a escuchar algo que no le interesaría ni siquiera a su madre. Algún día se lo agradecerán.

Por último, no olvide comentar que el motivo de su partida es el aburrimiento. Pida un tupper con comida para llevarse. No hay que dejar dudas.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Instrucciones para emborracharse solo

Es fundamental distinguir entre la curda voluntaria e involuntaria. La primera es consecuencia de la decisión del sujeto o sujeta. La segunda es consecuencia de sus actos. En cualquiera de los casos afecta a su jeta.

Si su borrachera será voluntaria, procúrese un motivo que sirva de excusa o motivación para iniciar el proceso de intoxicación mediante bebidas alcohólicas. Existen numerosas razones por las cuales puede iniciarse una curda. El autor recomienda utilizar más de una por vez para reducir  problemas hepáticos a largo plazo. Si fuera involuntaria puede usted omitir la mayoría de las recomendaciones aquí expresadas.

Una vez que haya elegido los motivos, sean éstos alegres o tristes, dispóngase frente a la botella con un vaso. La recomendación es abrirla, servir una cantidad superior a medio vaso e ingerirla de a sorbos. La técnica denominada vulgarmente "fondo blanco" puede resultar en una disminución drástica del proceso y un sorprendente efecto desagradable posterior a la borrachera conocido como "resaca".

Tome la botella con su brazo hábil y sírvase otra copa. Pose la botella sobre la mesa antes de beber cada vaso. Si así lo desea, puede utilizar ambos brazos de tal modo de agilizar el mecanismo. En tal caso puede utilizar su brazo izquierdo para verter el contenido espirituoso en el recipiente vidrioso (también conocido como vaso o copa según su base) y la mano derecha para llevarlo hasta su boca. Procure abrir la misma solo lo suficiente como para permitir el ingreso del líquido sin que este se derrame por su cara y su ropa.

Preste atención especial a la vehemencia con la que apoya el recipiente vídrico sobre la mesa. Con el correr de las copas suele utilizarse más velocidad y el freno de la mano se hace más difícil a medida que el sistema nervioso se ve más intervenido.

Es recomendación levantar el dedo índice y acusar a alguien de los problemas que lo aquejan. Si se encuentra solo todavía, puede intentar escribir una carta para documentar sus pesares. Leála una vez que se le haya pasado la resaca.

Continúe bebiendo hasta que esté convencido de que está fresco como una lechuga. Apoye ambos brazos sobre la mesa, uno junto al otro doblados frente a su pecho y haga descansar su frente sobre ellos. Deje pasar un momento y levántese al grito de "qué manera de chupar hoy". Póngase de pie y espere un segundo antes de emprender la caminata hacia el baño. No tema pisar con fuerza para que el piso deje de hamacarse. De no necesitar apoyar su mano en alguna pared regrese a su silla y continúe con el proceso hasta requerirlo.

Orine y salga del baño. No olvide lavarse bien las manos. Salga despacio del cuarto de baño y regrese si fuera necesario para inclinarse ante el inodoro y orarle. Confiésele todo y devuélvale aquello que le ha dado tanto esta noche. Júrese no volver a hacerlo.

Recuéstese mirando al techo y repita hasta quedarse dormido "qué mamúa que tengo".
Descanse.

Nota: perdón, Cortázar.