Ni idea dónde voy pero seguime

martes, 27 de marzo de 2012

Los comodistas

Sus habilidades son inobjetables. Están los que no cambian el rollo de papel higiénico y te dejan el cartoncito ahí, abandonado. Que te mira como diciendo "mirá qué gil que sos que me vas a tener que cambiar vos".

Hay otros que se especializan en lo que se relaciona con el agua. Tenés a los que nunca hacen jugo. Dejan el culito en la jarra, menos de un dedo de alto, para que el siguiente sea el que lo prepare. Y lo tome natural, obvio.

Dentro de la misma especialidad podríamos ubicar a los que en el laburo no cambian el bidón del dispenser de agua. Sí, algunos aducen falta de fuerza física, pero sepan que va de la mano con la ausencia de fuerza de voluntad.

Por último para cerrar la categoría de agua y derivados quiero mencionar a los peores. Los que actúan con la impunidad de haber pensado antes friamente. Los que no rellenan la cubetera.

Estos últimos son letales porque la desilusión y la bronca que genera una cubetera vacía es irreparable. No será hasta dentro de una hora -mínimo- que podrás disfrutar de un cubito. Merecen venganza. Agua con sal les recomiendo.

Ni hablar de los que se aprovechan de tu envión cuando vas al kiosco. Ellos no van jamás. No conocen al kiosquero. Es más, no saben dónde queda el kiosco. Ni la casa de comidas.

Nunca van. Siempre (se) aprovechan. Tampoco llaman eh. Ah, no.

Hay otros que se perfeccionan en el viaje. Esperan agazapados hasta que te vayas de un lugar para saltar al auto con vos. Aguantan sueño, aburrimiento, pis, hambre, yo creo que hasta un cólico renal, con tal de que los lleven de arriba. Y no es por tacaños, es por la sensación de que sea "de arriba". Comodismo o facilismo como le dice un amigo mío. Se cura. Cuesta pero se cura.

lunes, 26 de marzo de 2012

Balance del día en que naciste

Capaz que ahora podés leer, si pasaron unos años desde hoy. Quería contarte un poco cómo fue un día común, que pasó a ser único.

Me levanté temprano y con sueño porque ayer fui al cine. Me fui a sacar sangre para un control periódico. Tuve que hacer 12 horas de ayuno para el examen de orina, no está bueno tanto tiempo sin comer. Mi día viene mal.

Me hicieron esperar en el laboratorio. Unos 30 minutos. Había una vieja densa que hablaba por hablar, seguro que se sentía sola porque despotricaba contra la obra social que no le cubre el 100% de la vacuna contra el Neumococo. La chica de ahí le decía que cubría el 40%. Protestó, que sí que no, que no que no. Bueno, sí. Cuenta de su pareja que sí tiene la vacuna gratis. ¿A quién le importa? Se la dio. Sigue sin mejorar.

Me compré 4 facturas. Una medialuna de grasa, otra de manteca. Una de hojaldre, dulce de leche y baño de chocolate con un toque de maní. La otra como medialuna pero plana y con membrillo. Ahí levantamos un poco.

Tomé mate y las facturas. Me comí un bombón que trajo alguien. Fui a comprar el almuerzo: menú del día por $23, ravioles con salsa y un postre. Genial, elegí flan. Los ravioles no estaban buenos. El flan me lo comieron "por error" pensando que era el budín de pan. Lo dejaron cuchareado en la heladera. Y así lo revoleé al tacho, con resignación.
Restamos 2 puntos al día.
Y a eso de las 6, cuando no sé cómo lo supe, me avisaron que naciste. 

Es raro hablarte porque todavía no te conozco pero bueno, ya tendremos tiempo. 
Me voy para allá, nos vemos. Bienvenida.
Al final hiciste valer el día.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Fichas de dominó

Hoy pensaba que las personas somos como fichas de dominó: buscamos la coincidencia absoluta para juntarnos.

Pueden jugar con nosotros. Se puede construir algo que se derrumba en instantes. Si una se cae, empuja a las otras. Y todo el esfuerzo de derrumba hipnóticamente e inevitablemente. Y una vez comenzado es imposible detener el efecto.

En el juego, si esperás encontrar una que sea idéntica, exactamente igual a la tuya, podés dejar pasar toda la partida y no vas a hacer nada más que mirar. Porque no existe.

No hay dos iguales, pero sí muchas con las que una parte coincide. Como para mantener la unión a pesar de las diferencias.


¿A vos ya te cayó la ficha?

martes, 6 de marzo de 2012

Al Fred

Si son lectores frecuentes de mi blog estarán acostumbrados a sonreír cada tanto con lo que escribo (espero). Sin embargo, cumplo en avisarles antes de que prosigan, puede que no les pase con este post. Cumplida la advertencia, prosigo.

Quería reflexionar sobre la muerte. Así nomás. Pero como cualquiera de nosotros solo puedo hacerlo desde la vida. Y sí, es un poco como hablar de casarse, de ser mujer o de estar en Turquía. A mí no me ha pasado en carne propia, pero puedo referenciares lo que me pasó con gente querida que ha pasado ¿o pasa? por esto. Y pregunto si pasa porque no sé si la muerte no será un estado permanente.

Debo confesar que hay dos disparadores para esto: por un lado la fecha, ya que hoy cumple, cumplía o cumpliría años uno de mis abuelos; y por otro una frase que ayer le escuché a Sacheri, de quien no he leído nada todavía, pero comparto. Más o menos explicaba su dificultad o desconocimiento para contar algo que no ha vivido. Y suscribo. En realidad creo que siempre que contamos algo que no nos ha pasado a nosotros lo hacemos desde la vivencia (llamémosla indirecta). ¿Cómo puedo hablarles de la muerte sin imaginar o suponer?

Algunos pensarán que es triste pero me parece que es como hablar del final de una película que todavía no se terminó de filmar. No soy un experto en el tema afortunadamente, pero tengo claro qué me pasa a mí con la muerte de los demás (de algunos más puntualmente).

Mi abuelo llegó al país como muchos alemanes que escapaban de Hitler, con apenas 2 años de vida. Se fue joven de su patria, y se fue joven de la nuestra. Por suerte alcancé a conocerlo en 17 años, pero me hubiera gustado tenerlo más tiempo conmigo.

Para mí la muerte es falta. Interrupción. Es ausencia, impotencia, bronca y frustración. Es un límite. A partir de la muerte de alguien nos vemos impedidos de compartir tiempo con él o ella. De abrazarlos, de caminar por la arena y juntar el yodo de la sal marina para broncearnos más. Es ya no ir a Mar del Plata a desayunar en El Torreón del monje ni saltar en el globo de la plaza Colón. Ya no ir al Delta, manejar una lancha, mezclar nafta y aceite. Verlo cuando llego al borde y doy la vuelta americana.

Desde que se murió no me levanté nunca más un sábado a las 6 en invierno para ir a buscar pejerreyes mientras tomaba sopa de un termo y escuchaba radio Colonia. La muerte trae cambios de rutinas. Deja un sabor a poco a la vez que convierte la rutina en memoria.

Es raro, pero a la vez que deja de existir la posibilidad de volver a repetir, se hace un para siempre.  La falta genera necesidad. Creo que es lo positivo de la muerte, si es que tratamos de ver el medio vaso lleno. Digo, vienen ganas, se mueven prioridades hacia abajo y hacia arriba. Se cambia.

Y después viene, creo yo, lo peor de la muerte. Es la imposibilidad. No ya lo que no se repite, sino la ausencia de esa persona en el resto de nuestras vidas. Hablo de poder compartir con ellos cosas que hasta el momento en que estuvieron con nosotros no vivimos. O conocer gente que no conocíamos. Nos quedan los recuerdos como consuelo pero son las que no hicimos las que quedan atoradas. En mi caso hay cosas que me remiten a él directamente: Edith Piaf, la pesca, los pantalones náuticos, los mocasines. La gente que no usa billetera, las chombas de hilo y el Toblerone. El Delta, Mar del Plata, el spray Ruby para el pelo, el jabón Fa. Los ronquidos fuertes, la gente que desayuna todos los días en el mismo bar. Los que almuerzan un yogur, la ensalada de frutas. El bife tártaro, el Munich. El Renault 20 que veo cada tanto, los Rayban y las camperas de cuero en los baúles (con cigarrillos escondidos). Los narigones que se ríen de sí mismos. Los hombres que regalan flores todos los sábados. Los que putean a los que manejan mal. Los que patean el auto del que casi pisa a su mujer cruzando la calle. Los dobermans. El Hotel Argentino de Piriápolis y su bañera donde para entrar por poco tenía que treparme. Los ojos claros y el jopo.

Un poco de todo eso era mi abuelo. Un poco de él soy yo. A mí me gustó conocerlo, espero que a ustedes les haya gustado. A fin de cuentas me parece que la muerte genera vida, porque nos deja con ganas de más.

viernes, 2 de marzo de 2012

Sos el único, pavote

Ayer hubo dos situaciones de tránsito que me descolocaron y me indignaron. Voy a enumerarlas por orden cronológico.
8:15 AM. Esquina de Jaramillo y Lugones (Saavedra). Llovía, llegué a la esquina y vi que a unos cuantos metros, por Lugones (desde mi izquierda) venía una moto. El pibe que manejaba no tenía más de 20 años. No tenía casco. Como venía lejos y yo ya estaba en la bocacalle - y además de tener paso por proximidad venía por la derecha- crucé.

Ni bien empecé a pasar vi cómo se le transfiguraba la cara. El pibe venía muy rápido, a bastante más de 40 Km/h y quiso frenar. Como la calle estaba mojada por la lluvia se le empezó a ir la moto de cola para un lado y para el otro. Pensé que se iba a caer, yo terminaba de pasar la bocacalle y lo vi, a poco menos de 3 metros, que me puteaba. Él a mí. A veces me sorprende lo rápido que viajan las motos, pero también los pensamientos. Venía rápido, sin casco, sin luz, por la izquierda, más lejos que yo de la bocacalle, y así y todo creía tener razón. Creo que no me molestó que me putee, sino que no tuviera razón en hacerlo.

La segunda fue a la noche. Cerca de las 8:30 PM en las vías de Constituyentes y Ladines (Villa Pueyrredón). Antes de la barrera si vas desde General Paz hacia Olazábal hay un semáforo. Antes de la barrera uno, y otro después. El semáforo estaba en rojo; la barrera, abierta. ¿Qué hice yo? Frené. ¿Alguien más lo hizo? No. El auto que estaba detrás de mí me tocó bocina. No sé si fuera daltónico o estaba muy apurado. Me pasó por la izquierda y, antes de cruzar un semáforo en rojo, su mujer me dijo: "¿No ves que sos el único que para acá, pavote?". Me dejó pensando.

Disculpen lo básico de mi pensamiento pero que yo sepa las leyes y normas están para ser cumplidas sin importar el número de personas que las acaten. De lo contrario viviríamos en una especie de anomia donde cada uno hace lo que quiere. Bah, creo que solo si una persona se pone por encima de las leyes deja de cumplirlas. Lo cual muchas veces implica ponerse por encima de los demás. ¿Qué pasaría si usamos esa lógica para otras leyes y normas?

Tal vez cada uno iría a la velocidad que se le antoja en la ruta, superando las máximas y sin alcanzar las mínimas. O no encendería las luces. O hablaría por celular mientras maneja porque total "es re capo y puede hacer las dos cosas a la vez".

Quizás elegiría qué impuestos pagar y cuándo. O si poner en blanco a sus empleados según cómo se haya levantado ese día. O tal vez un día se le canta robar porque sí, total otros lo hacen. Y así escalaría la gravedad con la misma excusa como argumento.

No faltarían las represalias. Si vos hacés lo que querés yo también. Y como me puteaste, me bajo y te cago a tiros. Porque yo decido qué corresponde para tu afrenta.

Qué país seríamos si pasara eso, ¿no?