Ni idea dónde voy pero seguime

martes, 6 de marzo de 2012

Al Fred

Si son lectores frecuentes de mi blog estarán acostumbrados a sonreír cada tanto con lo que escribo (espero). Sin embargo, cumplo en avisarles antes de que prosigan, puede que no les pase con este post. Cumplida la advertencia, prosigo.

Quería reflexionar sobre la muerte. Así nomás. Pero como cualquiera de nosotros solo puedo hacerlo desde la vida. Y sí, es un poco como hablar de casarse, de ser mujer o de estar en Turquía. A mí no me ha pasado en carne propia, pero puedo referenciares lo que me pasó con gente querida que ha pasado ¿o pasa? por esto. Y pregunto si pasa porque no sé si la muerte no será un estado permanente.

Debo confesar que hay dos disparadores para esto: por un lado la fecha, ya que hoy cumple, cumplía o cumpliría años uno de mis abuelos; y por otro una frase que ayer le escuché a Sacheri, de quien no he leído nada todavía, pero comparto. Más o menos explicaba su dificultad o desconocimiento para contar algo que no ha vivido. Y suscribo. En realidad creo que siempre que contamos algo que no nos ha pasado a nosotros lo hacemos desde la vivencia (llamémosla indirecta). ¿Cómo puedo hablarles de la muerte sin imaginar o suponer?

Algunos pensarán que es triste pero me parece que es como hablar del final de una película que todavía no se terminó de filmar. No soy un experto en el tema afortunadamente, pero tengo claro qué me pasa a mí con la muerte de los demás (de algunos más puntualmente).

Mi abuelo llegó al país como muchos alemanes que escapaban de Hitler, con apenas 2 años de vida. Se fue joven de su patria, y se fue joven de la nuestra. Por suerte alcancé a conocerlo en 17 años, pero me hubiera gustado tenerlo más tiempo conmigo.

Para mí la muerte es falta. Interrupción. Es ausencia, impotencia, bronca y frustración. Es un límite. A partir de la muerte de alguien nos vemos impedidos de compartir tiempo con él o ella. De abrazarlos, de caminar por la arena y juntar el yodo de la sal marina para broncearnos más. Es ya no ir a Mar del Plata a desayunar en El Torreón del monje ni saltar en el globo de la plaza Colón. Ya no ir al Delta, manejar una lancha, mezclar nafta y aceite. Verlo cuando llego al borde y doy la vuelta americana.

Desde que se murió no me levanté nunca más un sábado a las 6 en invierno para ir a buscar pejerreyes mientras tomaba sopa de un termo y escuchaba radio Colonia. La muerte trae cambios de rutinas. Deja un sabor a poco a la vez que convierte la rutina en memoria.

Es raro, pero a la vez que deja de existir la posibilidad de volver a repetir, se hace un para siempre.  La falta genera necesidad. Creo que es lo positivo de la muerte, si es que tratamos de ver el medio vaso lleno. Digo, vienen ganas, se mueven prioridades hacia abajo y hacia arriba. Se cambia.

Y después viene, creo yo, lo peor de la muerte. Es la imposibilidad. No ya lo que no se repite, sino la ausencia de esa persona en el resto de nuestras vidas. Hablo de poder compartir con ellos cosas que hasta el momento en que estuvieron con nosotros no vivimos. O conocer gente que no conocíamos. Nos quedan los recuerdos como consuelo pero son las que no hicimos las que quedan atoradas. En mi caso hay cosas que me remiten a él directamente: Edith Piaf, la pesca, los pantalones náuticos, los mocasines. La gente que no usa billetera, las chombas de hilo y el Toblerone. El Delta, Mar del Plata, el spray Ruby para el pelo, el jabón Fa. Los ronquidos fuertes, la gente que desayuna todos los días en el mismo bar. Los que almuerzan un yogur, la ensalada de frutas. El bife tártaro, el Munich. El Renault 20 que veo cada tanto, los Rayban y las camperas de cuero en los baúles (con cigarrillos escondidos). Los narigones que se ríen de sí mismos. Los hombres que regalan flores todos los sábados. Los que putean a los que manejan mal. Los que patean el auto del que casi pisa a su mujer cruzando la calle. Los dobermans. El Hotel Argentino de Piriápolis y su bañera donde para entrar por poco tenía que treparme. Los ojos claros y el jopo.

Un poco de todo eso era mi abuelo. Un poco de él soy yo. A mí me gustó conocerlo, espero que a ustedes les haya gustado. A fin de cuentas me parece que la muerte genera vida, porque nos deja con ganas de más.

2 comentarios:

Maldo dijo...

Me gustó mucho el post. Abrazo!

Br1 dijo...

Gracias, Maldo.