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martes, 5 de julio de 2011

El hombre que se enamoraba cuando quería

Hace 24 años existió un hombre que se enamoraba cuando tenía ganas. Para él el amor era algo manejable, una sensación provocable como casi cualquier otra. Al principio era agradable, ¿a quién no le gusta enamorarse? pero poco a poco el tipo se dio cuenta de que era un adicto.  Era un "loveaholic". Caminaba  por la calle, miraba los cables de teléfono y veía que una nube tenía forma parecida a María Luisa, su vecina, entonces se sugestionaba con que estaba interesado en ella y ponía a funcionar la maquinaria mental y sensorial para estar enamorado de ella.

No, no es que él creía estar enamorado. Se enamoraba. Tenía la posibilidad de manejarlo. Como si fuera un superpoder, este personaje podía controlar cuándo enamorarse de alguien.

Así fue como pasaba sus días enamorándose 6 o más veces por día, apenas habiendo cruzado un "buenos días". Digamos que si el amor fuera como el buceo, él hacía snorkel, pero se sumergía lo suficiente. Lo que pasaba era que tenía poca capacidad de oxígeno y al ratito salía a respirar.

El hombre que se enamoraba cuando quería solo necesitaba ver una mujer y ya estaba en condiciones de enamorarse. Una sonrisa, un guiño, un "son las tres y cuarto" bastaban para que él pusiese en marcha la maquinaria del amor sin que importara demasiado quién era ella. En cuestión de minutos ya soñaba despierto con un viaje a Aruba, un casamiento en una estancia una tarde de marzo con azucenas y malvones, ella descalza…

A veces le pasaba que no llegaba a hablarle de nuevo porque su imaginación iba tan rápido que se abstraía y el momento pasaba. Como aquella vez en el 15 con una chica rubia que le preguntó si la siguiente parada era Luis María Campos. Ella tenía una boina roja, pulóver blanco y botitas rojas. "No, faltan 3" dijo él. Después del "gracias" más dulce de su vida, nuestro hombre ya estaba en su mundo de sueños y cupidos flotando como una pluma de colibrí. Imaginó hijos, nietos, una casa de campo. Cuando quiso invitarla a salir se dio cuenta de que estaba en Lanús y no sabía cómo volver.

Fue a un médico, a varios psicólogos e incluso a ver a una médium porque se le había vuelto algo inmanejable. Se enamoraba cada 3 horas y cada vez necesitaba más. Se mudó a una avenida para poder mirar por la ventana y enamorarse más veces. Trabajaba como volantero en Lavalle para ver más y más mujeres y casi podría decirse que se enamoró de todas las que aceptaron un volante suyo.

Se fue a otra ciudad para ver nuevas mujeres y poder enamorarse de ellas. Y hasta lograba imaginar cómo habían sido las ancianas de jóvenes para enamorarse de ellas en su juventud. Finalmente reconoció que necesitaba ayuda.

Buscó e investigó hasta que fue a dar con un curandero uruguayo. El curandero, lector ávido de poesía le hizo leer y leer a Neruda. Lo indigestó con literatura, telenovelas, cartas de amor y hasta lo llevó a Estados Unidos para que viviera San Valentín. Tanto sació este hombre sus ganas de enamorarse que al final se curó. Ya no podía enamorarse a voluntad. Podía seguir con su vida como alguien normal.

Pudo concentrarse en su carrera, cambió de trabajo, terminó de estudiar y se volvió un tipo exitoso. Unos años más tarde, casi sin querer, se dio cuenta de que extrañaba el amor. ¿Cómo sería enamorarse sin decidirlo? Salió a la calle dispuesto a averiguarlo.

Fue a bailar, al zoológico, al parque, a comer, a un bar y al cine. Esperó chicos a la salida de un jardín para conocer alguna madre soltera, le presentaron amigas de amigos y no se enamoraba. De a poco empezó a desesperar.

Intentó todo lo de antes pero cuando una mujer le regalaba una sonrisa él solo podía nombrar mentalmente cada pieza dental (incisivo central, lateral, canino…). Si era una risita nerviosa, pensaba que él no había hecho chiste alguno para generar la risa. Les regalaba flores, pasaba tiempo con ellas y nada. Cuanto más las conocía menos se interesaba por ellas. Ya no soñaba con una. Sentía nada.

Desesperado intentó encontrar al curandero que le había ahogado las ganas de enamorarse para ver si se las devolvía.  Jamás logró hallarlo.

Desde entonces vaga resignado por los subtes de Buenos Aires. Viaja con su walkman apoyado contra la puerta, mirando a las parejas. Trata de encontrar en esos ojos aquello que él ya no tiene. Y si alguna mujer lo llega mirar, él sostiene la mirada sin miedo porque sabe que no puede enamorarse cuando quiera. Hasta que se cruce con una que decida por él.

3 comentarios:

Marcelo dijo...

Muy bueno.... tiene una onda "historia que cuenta Ismael Serrano entre cancion y cancion!"

La Coca dijo...

Marcelo: pensé exactamente lo mismo.

Y adoro a Ismael, así que don Br1, mi aprobación para usted. Me encantó.

Br1 dijo...

Gracias Marcelo y La Coca. Si tiene algo de Ismael, objetivo logrado.