Ni idea dónde voy pero seguime

martes, 19 de julio de 2011

No sos vos

Como si alguien hubiera cerrado la llave de paso de su inspiración, un día se secó. Probó con ir al mar, ver la luna, mirar películas. Se compró libros, tomó mate en la plaza y adoptó un gato. Nada podía inspirarlo. No le salía decir una letra. Se había quedado sin ideas o simplemente ya no tenía nada para contar. Le costó trabajo pero así lo entendió. Ya no se angustiaba por estar horas frente a la pantalla blanca con un cursor que titilaba inclemente frente a sus ojos. Los dedos tiesos sobre las teclas pero sin apretarlas como esperando la orden de largada.

Ni la música lo salvó. Quiso copiar algún tango, probó de reescribir unas cumbias pero no. Nada che. No podía contarle algo al mundo. Se olvidó de sus anécdotas, de comer y de ir a trabajar. Los días pasaban y ya no podía dormir. Era un autómata inmóvil, clavado frente al monitor y el teclado y pasaban horas y horas hasta que se movía para rascarse la cabeza o ir al baño. Dejó de afeitarse y ya no abría las ventanas. No había luz en su casa.

De a poco dejó también de dormir porque no podía relajarse. Su gato lo abandonó, cansado de no comer y no jugar. Se enfermó y lo llevaron al médico. Le recetaron reposo y un cambio de aire, así que se sacó un pasaje en micro al primer lugar que vio y se prometió dejar de pensar en lo que ya no podía hacer: escribir.

Llegó a destino después de muchas horas. No tenía idea de donde estaba y lo único que recordaba del viaje eran los árboles que veía por la ventanilla del micro. Caminó por una calle de tierra y preguntó dónde había un hotel. -En este pueblo no tenemos hoteles- le respondió una vieja que tenía 3 dientes y más pelo que abrigo. -Pero en casa tengo una habitación que le puedo alquilar si gusta-. -Da igual- pensó y se fue con su bolso verde calle abajo con la vieja.

La casa era humilde pero limpia. Todo muy ordenado, gnomos en la entrada y una cortina de las de tiras de colores en la entrada para que las moscas se queden del lado de afuera. Un perro se rascaba contra el pilar que sostenía un alero improvisado para los días de lluvia. Se quedó prendado de la imagen hasta que la vieja lo retó -Vamos mi`jo que estos huesos ya no soportan el sol del mediodía-. Entraron. Caminó unos metros por el pasillo largo hasta el final de la casa y le abrieron una puerta de pino. La vieja lo miró como esperando su aprobación y él intentó una sonrisa que más pareció una seña de truco. "Está muy bien" le dijo. Ella se fue.

Recorrió las paredes y los techos de machimbre con la vista. Una pequeña ventana dejaba ver hacia la calle principal del puebo donde un pibe pasaba en bicicleta. No había ni el loro en la calle. No hacía calor pero se sintió agobiado. Abrió la ventana y una brisa vino a hacerle compañía. Se sentó a los pies de la cama y se quedó inmóvil concentrado en la cortina escocesa naranja y marrón que tapaba la ventana.

Sin saber cómo se vio a sí mismo en esa habitación, desde afuera, espiándose a través de la ventana. Quiso hablarse pero no podía más que mirar. Vio cómo la puerta se abría y entraba la vieja con una bandeja. Traía una taza de té y una porción de bizcochuelo de vainilla sin dulce de leche. La dejó y salió. Él comió sin quitar la vista de la ventana, se levantó fue hasta la ventana. Se acercaba a él mismo. Corrió la cortina y sus ojos se encontraron de frente a sus ojos. Estaba cara a cara con él mismo. Se miró o se miraron durante varios segundos. En sus ojos fulguraba un odio que iluminaba la habitación entera. Corrió la cortina.

Salió a la calle y se fue lejos. Llegó hasta un paraje oscurecido por la vegetación. Había un sendero. Lo siguió durante un rato y se encontró frente a un arroyo. Se acercó y miró el fondo pedregoso bajo el caudal de agua trasparente. Vio su cara en el agua que lo miraba igual que antes. Se dio vuelta y se fue. Agarró las cosas y subió al primer micro que vio. Ni se despidió de la vieja. Subió, se acomodó al fondo y se puso los auriculares. Miró hacia afuera con el pasto y la ruta de fondo y se vio reflejado en la ventanilla. Se miró un largo rato. Pensó en girar la cabeza, pero sabía que él se seguiría mirando. Pensó en cerrar los ojos pero lo incomodaba la idea de saberse observado por su reflejo. Quiso correr la cortinita, pero no había. Resignado, se miró a los ojos. Descubrió que tenía algunas arrugas, mucha más barba que la que creía y una cicatriz en la ceja que no conocía. Era él. Se reconoció por primera vez después de muchos meses. Se sintió en paz, se tocó la cara, suspiró y una catarata de ideas empezó a brotar desde adentro. Tuvo que pedir un papel y una biforme para poder anotar las ideas que se abarrotaban en la punta de su lengua queriendo salir. Se había destapado su cañería de inspiración. Y fue en ese momento que entendió que no podes escaparte de vos mismo, porque siempre sabés dónde encontrarte.

3 comentarios:

Nina Regina dijo...

Hace mucho que no te leía (grave error de mi parte), qué bueno el tono de este relato!, encontrar paz en el mismo lugar del que te querías escapar...en fin, gracias por compartirlo!,

Jennifer Amapola Banfrula dijo...

ya aprendimos con narciso que mirarse en el laog es peligros. pero mirarse en el reflejo del vidrio parece ser más seguro y util.

hoola brunitou como andais??

Br1 dijo...

Hola Jennuska ¿cómo le fue en su travesía? Juntémonos un día y me comparte anécdotas.
Gracias a vos por leerme Nina!