Ni idea dónde voy pero seguime

miércoles, 17 de octubre de 2012

Hice trampa


Recuerdo que cuando era chico, debía tener 7 años, tuve que escribir un cuento para el colegio. No sé si porque me había gustado o porque no se me ocurría nada pero decidí plagiar uno de Billiken. Creo que era la historia de un caramelo en el bolsillo de un nene. 

Me saqué un diez felicitado y leyeron mi cuento a toda la clase como ejemplo de lo que había que hacer. De la parte narrativa, claro.

Creo que sentí algo de culpa. Pero hasta ahí. Y es que yo lo que quería era que me fuera bien. Me parece que fue una especie de concurso interno. La maestra me dijo que podría ser un escritor. Y logré mi objetivo a partir de una mentira. Era maquiavélico de pequeño.

A veces hacía trampa para sacar ventaja. En alguna competencia por puntos, mover una pieza de ajedrez, una dama. Escribir una palabra en el tutti frutti mientras los demás leían sus respuestas. 

Creo que tenía facilidad para hacerlo. Ponía cara de póker y nadie sospechaba. Tan serio que parecía. No me daba remordimiento. Por soberbio que suene estaba acostumbrado a ganar. Y quería seguir así.

Pero en algún momento me di cuenta de que no disfrutaba de eso porque tenía miedo a perder. Ni siquiera a ser descubierto. A no cumplir. Y de a poco me liberé de esa presión. Dejé de hacer trampa. Dejé también de querer ganar y llegué a querer perder porque disfrutaba de esa sensación de libertad. 

Algunos no saben qué lindo es jugar sin que importe el resultado. Divertirse incluso si ganás. No, no es un fallido. Incluso si ganás. Porque tampoco es fácil ganar una vez que aprendiste a perder.  Lo lindo es jugar. Eso es ser libre.


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