Ni idea dónde voy pero seguime

miércoles, 27 de junio de 2012

El loco de la mandarina (gajos del oficio)

Subía siempre en la misma parada que yo. Tomaba siempre el mismo colectivo que yo y a la misma hora. Subía primero, no le gustaba dejar pasar a nadie; ni siquiera a las viejas. Como siempre éramos los mismos ya ni hacíamos fila, total entre amigos de parada de colectivo no nos vamos a pisar la sábana.

Sacaba el boleto y se iba derecho para el fondo, siempre al mismo asiento. Supongo que le gustaba tener los pies levantados por el pasarueda. Iba solo, en los asientos de uno.

Sacaba una bolsita blanca del bolsillo derecho y de ahí extraía el objeto anaranjado de cada día. Usaba su pierna como mesa y con la meticulosidad de un origamista se deshacía de la cáscara de su mandarina. Tan perfeccionada era su técnica que no demoraba más de 30 o 40 segundos en desnudar aquellas frutas que le ponían perfume a mis mañanas.

Todos los días a la misma hora repetía esta rutina. Si el colectivo iba un poco más lleno y alguien estaba en su asiento, se lo hacía saber a los gritos. A veces lo miraban con bronca. Otras, con asombro, pero siempre lograba sentarse en su asiento.

Era alto, calvo y muy pálido. Una especie de gigante frutívoro que solamente quería subir a ese colectivo para comer su mandarina antes de llegar a Ugarte. Guardaba todo en la bolsita y bajaba. No sé si iba a trabajar o solamente hacía el viaje para comer mandarina; nunca le pregunté. Pero si sé que para los de siempre, esos con los que te conocés y te saludás con un cabezazo para adelante en la parada, era "el loco de la mandarina"

Yo podía quedarme dormido hasta Once, donde me bajaba casi una hora y media más tarde para empezar a trabajar en mis primeros textos, pero sabía dónde estaba por el aroma a mandarina que quedaba en el 60. Para cuando me tenía que bajar, ya casi no se sentía.

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