Ni idea dónde voy pero seguime

martes, 21 de abril de 2015

Benítez

Había puesto el despertador a las 6:32 como todos los días. Le gustaba ese margen de 28 minutos para remolonear un poco antes de pisar las baldosas frías de mayo. Había dejado lista la ropa para ganar tiempo, como siempre, y el mate ya preparado para ser cebado.

Salió de la cama y se frotó los ojos con el dorso de las manos. Se tocó la cara para saber si debía afeitarse; caminó hasta el baño. Se lavó los dientes y fue a la cocina a poner la pava para el mate. Se vistió. Mientras abotonaba la camisa a rayas, la que usaba todos los miércoles, escuchó que venía el silbido tan temido y corrió. Apagó el fuego. Terminó de cerrar la camisa.

Se sentó en su mesita marrón desde donde ve la calle. El barrio empezaba a amanecer. Pensó en lo que tenía que hacer. Repasó el itinerario del día. Mordió una tostada con manteca.

Salió a la calle y saludó al vecino con un ademán. Alguien lo llamó por su nombre y él hizo lo mismo. Se paró en la esquina a esperar el 741 que venía asomando a lo lejos. Le hizo la seña al chofer y subió. Pidió el boleto y el colectivero le respondió algo que no supo entender. Volvió a indicarle el valor y el chofer otra vez respondió algo que no entendía. Insistió. Otra vez. Y de nuevo. No entendía. Tampoco le entendían a él. Ofuscado le mostró las monedas y pudo sacar su boleto. Viajó extrañado por el tipo raro que no lo entendía.

Llegó al trabajo pasadas las 8 y saludó. Alguien contestó algo que le resultó raro. Él preguntó por qué le hablaban así. Todos se miraban y le hacían gestos mientras balbuceaban sonidos que en su vida había escuchado. ¿Qué les pasaba a todos que hacían eso? ¿Sería una broma de la oficina? Le trajeron un café y lo llevaron a la sala de enfermería de la fábrica.

Después de un rato con gente que se enojaba, se reía, llamaba, apareció una mujer de vestido marrón y zapatos blancos que le preguntó si estaba bien. Era una mujer con aspecto de extranjera. Alta, delgada. Fría. Su cuello largo estaba rodeado por un pañuelo que hacía juego con los zapatos. Tan blanco como una nube de primavera.

—Perfectamente— contestó él.
—¿Y por qué no responde a lo que le preguntan sus compañeros?— le dijo ella con una mezcla de dulzura y curiosidad.
—Es que me parece que me hablan en otro idioma— respondió Benítez despacio, como si quisiera demostrar una calma que ya no tenía.

La mujer se dio vuelta y le habló al grupo de personas que trabajaban con él. Todos se miraron. Se rascaban la cabeza. Se alejaron. Había un rumor. Empezó a llegar la prensa.

—¿Qué pasa?— le preguntó Benítez a la mujer de vestido marrón. —¿Por qué no me entienden? ¿Me están haciendo una broma para la televisión? ¿Me hablan en otro idioma?—

Ella lo miró y le habló: es usted el que habla en otro idioma, Benítez. Hace media hora que conversamos en perfecto ruso.

1 comentario:

Carmen Bécares dijo...

AYYYYY! esta vida agitada y agresiva.
No será la globalización?
Saludos desde un lluvioso Madrid (España)