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miércoles, 2 de enero de 2013

El que sabe todo

Hace un tiempo ya que no me dedico a describir personajes típicos como "Flequillo y botas" así que voy a empezar el año con una de las personalidades más irritantes pero también más comunes que se pueden encontrar alrededor de las sobremesas: el que sabe todo.

No siempre es hombre. Hay mujeres porque para saberlo todo no es cuestión de limitarse por el color de escarpines que te hayan puesto de bebé. Pero piénsenlo bien, rara vez faltan a la sobremesa. En especial para la época que recientemente atravesamos.

El que sabe todo es distinguible primeramente por su postura corporal. Fíjense. Se sienta con los antebrazos apoyados sobre el mantel, las manos una sobre la otra preferentemente con las palmas hacia abajo. Los dedos de una mano sobre el dorso de la otra. Aquí cabe la salvedad de si el susodicho es diestro o antidiestro. La espalda erguida y la cabeza un poco hacia adelante, como si fuera una tortuga.

Los pies, puede que no lo hayan observado, van cruzados uno delante del otro. Como un ancla. Y la mirada ondea arriba, abajo y arriba de nuevo, entre las cejas y los hombros de los demás. Algún que otro gesto nervioso o de ansiedad mientras toma aire para mostrarnos todo lo que sabe; puede que sea un tic. Tocarse la nariz. Acomodarse los anteojos, hacer la mímica del chiflido con el labio inferior sin emitir ruido. Espera así, agazapado. Pacientemente aguarda el momento oportuno y cuando el grupo se ha disuelto y queda una sola víctima en la mesa, ataca.

El que sabe todo es como los depredadores. Espera su oportunidad de atacar cuando hay un desprevenido en soledad. Contra un grupo se sentiría disminuido. Habla. Habla, habla y habla de todo y opina. Él sabe. Él, que sabe todo, puede darte consejos sobre cómo humedecer el pionono para que te salga mejor, cómo desparasitar a tu perro e incluso cuál es la mejor época del año para comprar un potus.

El que sabe todo suele ser culto. Seguramente de chico fue un poco solitario. Apegado con alguno de sus padres. Lector ávido que veía poco el sol. Rara vez elegido mejor compañero. Hay quien dice que es así porque es su forma de vivir. De vivir a través de los demás. Y hay quien cree que es así pero no se da cuenta. Sea como sea, es algo extraño que alguien que sabe tanto no sepa sobre algo tan básico.

Conoce de tecnología, de mitología, de literatura, de física y de química. De música, de cine y de historia. Ha leído y le gusta que todos lo sepamos. Pero, casualmente, lo que todavía no ha aprendido es lo que no está escrito en ningún libro o revista de divulgación científica: cuándo quedarse callado.

2 comentarios:

larecepcionista dijo...

Ay, tengo uno en la oficina y es así. Gesticula y nunca sostiene la mirada más de media frase.

Br1 dijo...

:) hay muchos así.