Ni idea dónde voy pero seguime

martes, 29 de noviembre de 2011

Trapo rejilla

Era un bar de los de antes con humedad en las paredes y un cuadrito de marco blanco torcido. Las mesitas de madera sin barnizar con pie, no patas, el centro de fórmica y el resto de madera. Roja era la fórmica, rojiza como el vino seco en un mantel después de seco.

El mozo era un hombre amable de canas grises y blancas con la camisola típica de mozo siempre dentro del pantalón y la insolencia de ese abdomen trabajado. Trabajado por tiramisú y budín de pan. En el bolsillo cerca del corazón la billetera, el destapador, y en el bolsillo o en su mano el trapo rejilla. El mozo podría ser uno más; pero el trapo, no.

La gente venía a este bar charlaba, se contaba anécdotas y luego se iba. Algo cambiaba, pero no sabían qué. Como el caso de los dos amigos que se juntaron porque uno de ellos tenía que confesarle al otro que le había robado una novia durante la adolescencia. Sí, la Mechi. La rubiecita de trenzas. "Y bueno, éramos chicos". -Pero vos sos un hijo de puta-. Subía la voz, el mozo que interviene. Las disculpas. -Vayan- decía el mozo y le hacían caso. Y cuando limpiaba la mesa con su trapo rejilla absorbía todo. Y después los amigos se encontraron y como si nada.

O la vez que se separó esa parejita tan linda que había. Sí, esos, los que estaban en el segundo banco de la plaza todos los jueves. Claro, que un día dejaron de ir. Bah, ella dejó de ir. Sí, él estuvo destrozado unos días hasta que se la encontró en el bar. Y claro, se cambió de mesa, charlaron, lloraron, se abrazaron y cada quién por su lado. Después vino el mozo, pasó el trapo y -zup- como por arte de magia absorbió todo. El siguiente jueves estaban de nuevo en la plaza como al principio. ¡Qué felices que eran!

Parece que nadie se daba cuenta de lo que pasaba con el trapo salvo yo. Y un día me dije "tengo que saber a dónde va todo esto porque ese trapo debe estar hecho... hecho un trapo". Así fui todos los días a distinta hora. Cambiaba de turno para ver qué pasaba. O, si podía, olerlo para recordar las flores que alguien le había llevado a su mujer un día, o las medialunas que se comió mi tío el día que fuimos a escuchar el partido en la radio. Pero nunca estaba solo el trapo. Siempre en la mano del mozo.

Noté sin embargo que cada tanto iba hasta la pileta y lo estrujaba. Chorreaba algo, no sé si agua. Digo que no sé porque a veces caían colores, notas musicales, hasta palabras vi caer. Una carta de despedida, un test de embarazo, un montón de pañuelitos, miedos. Todos esos recuerdos, sueños, añoranzas, angustias y anécdotas se iban por un caño.

Un día no aguanté más y lo encaré al mozo. -Yo sé lo que pasa con ese trapo- le dije. -Y quiero saber a dónde va todo-. El tipo me miró y me dijo, "al mar, por eso es salado". No le dije nada, me sentí humillado por lo obvio de la respuesta y me fui. Caminé despacito, muy despacito hasta la puerta vidriada y a cada paso me sentía mejor por saber algo que nadie más conocía. Y antes de irme, giré y lo vi limpiar la mesa donde siempre me sentaba.

No pude volver al bar. No lo encontré más.

2 comentarios:

Ottar13 dijo...

Es todo un gusto leer este blog.

Muchas felicitaciones.

Br1 dijo...

Muy amable, Ottar. Me alegra que lo disfrutes. ¡Saludos!