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viernes, 2 de octubre de 2009

El neblina

¿Quién no tuvo un compañero de trabajo al que le aplique este ingenioso apodo? Si vamos al diccionario del saber popular encontraremos que se utiliza este epíteto para referirse a aquella persona que, al igual que sucede con el fenómeno natural, se espera a que se levante y se vaya para que mejore el día.

El neblina puede tener diferentes formatos. Está aquél que contagia la mala onda sin emitir palabra pero también el que se empeña en serlo. Y lo fomenta. No importa qué tanto hagamos el esfuerzo por ignorarlo, al igual que la neblina de verdad, nos jode. Y aunque todos hagan de cuenta que no está, sabemos que sigue ahí. Por eso esperamos a que se levante y se vaya o celebramos sigilosamente cuando no hay.

El neblina es un personaje típico de la oficina. Como bisagra, aquél que siempre está en la puerta o en la ventana y no en su escritorio. Suele ser un fenómeno de costumbres. Esquemático, meticuloso, riguroso, rígido, casi diría repetitivo. Seco y amargado, no disfruta del placer como la mayoría, sino de generar malestar entre los demás.

Se opone a la luz, el sol y todo aquello que implique goce, disfrute y relajación. Reivindica el suplicio y no pierde oportunidad de transmitirlo. Es una de sus costumbres favoritas arruinarte el día, en especial cuando es uno de esos en que le ponés onda para no pasarla mal a pesar de estar encerrado entre 4 paredes un día de sol.

Neblina es taxativo. Terminante. Blanco o negro. Todo o nada. No hay felixibilidad en su mente, ni permeabilidad a nuevas ideas, en especial cuando provienen de otros seres. Él solo tiene ojos para sí mismo. Incluso sus conversaciones no son más que monólogos disfrazados de diálogos para poder escucharse y ser escuchado, sin más ánimo que regodearse de todo lo que sabe; o cree saber.

Neblina es sordo y ciego. No utiliza los sentidos ni tiene sentimientos. Al menos no en la superficie. Aunque algunos cuentan que una vez le vieron esbozar una sonrisa al enterarse de un despido.

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