Ni idea dónde voy pero seguime

miércoles, 22 de mayo de 2013

Viejos

Me desperté como todos los días. Abrí un ojo, creo que el izquierdo, y me fijé si había oscuridad suficiente como para dormir un rato más. Los días fríos me cuestan. Yo creo que levantarse es un poco como nacer otra vez. Dejar un lugar cómodo y calentito para encontrar otro que no siempre es tan agradable.

Moví el brazo izquierdo hasta agarrar la punta del acolchado y me destapé. Dormía sobre el lado derecho del cuerpo, como lo hago mayormente, ahora potenciado por el dolor del hombro y la clavícula. Me senté en la cama, busqué la pantufla con el pie y encontré solo frío. Miré y encontré una, otra. Me las puse. Vi la hora y solo gruñí. Mirar la hora cuando te despertás puede ser algo desagradable. ¿Qué podés hacer?

Fui al baño. Siempre voy al baño apenas me levanto. Creo que con los años la vejiga se achica o pierde elasticidad. O a lo mejor yo tomo más líquido que antes. No sé. Me lavé los dientes y pensé como cada día desde hace varios "me tengo que cortar el pelo". No es que tenga mucho pero está desprolijo. Bah, desparejo. Me crece más en los lados y parezco Krusty o el profesor Locovich.


Salí del baño y me paré en el pasillo. No sabía acostarme de vuelta o hacerme un mate. Puse la pava y me fui a vestir. Lucía dormía. Ni esuchó cuando puteé por golpearme el pie con la pata del mueble. Wakko me miró de reojo como diciendo "¿qué carajo vas a hacer a esta hora?". Sonó la pava, estaba el agua.

Me tomé 3 mates de pie y luego me senté. Todavía estaba un poco embobado con el sueño que acababa de tener. No lo podía recordar pero me duraba la sensación. Es algo raro, medio confuso. Porque sabés que estás despierto pero te sentís como cuando soñabas. Algo parecido a lo que pasa cuando la película es buena. 

Había silencio. Despuntaban los primeros rayos del sol. Esta vez yo había amanecido antes que el mundo. Apoyé el mate en la mesada y fui a despertarla. Le toqué el hombro despacito y le susurré. Lucía se dio vuelta y me sonrió. Dormida. Vi algo que me llamó la atención. Una arruga. Muchas arrugas. Serán las sábanas, pensé. Y el pelo. Su pelo estaba blanco, canoso por completo. No tenía dientes tampoco. No lo había notado. ¡Era vieja!

Me incorporé y me fui a ver de nuevo al espejo. Era yo. Estaba igual. Tenía mis 33 años como hasta hace un rato. Me miré las manos y no tenía ni una peca. Volví a mirar el espejo. Era yo. Igualito. Me toqué la cara para ver que estuviera despierto. Me pinchó la barba. Sí. 

Volví hasta la cama. Ella dormía ahí. Vieja. Pero dormía.

No sé qué pasó, no lo puedo entender. Será que dormimos mucho. O que yo me negué a envejecer.