Abrió un poco la boca. Tiró la pastilla dentro con la ductilidad de un jugador de básquet. A distancia, desde la altura de la pera. Ni un diente tocó y aterrizó en la lengua, almohadón relleno de palabras no dichas aún.
La empujó con la punta, pasó directo y la tragó. Después la empujó con un vaso de whisky. Lo apuró y apoyó el vaso fuerte contra la mesa. Se rajó el borde. Lo levantó sin haberlo soltado y lo estrelló contra la pared. Se quedó sentado ahí, viendo los pedazos de vidrio mientras terminaban de girar sobre el piso frío. Apoyó la mano sobre la mesa, la frente sobre la mano, y se durmió.
Se despertó con un sabor de boca amargo. Los labios secos, cortados. Se incorporó y tuvo que sentarse de nuevo por el mareo que sintió. Le tomó unos minutos poder ir hasta el baño. Le latía la cabeza, se movía el piso, todo estaba muy raro. Llegó hasta el baño y se hincó para lavarse la cara con ambas manos. Gritó y todo se puso oscuro. Sintió el piso frío contra la cara antes de perder el conocimiento.
Cuando se despertó seguía tirado en el piso. Quiso correrse el pelo de la frente, pegado por el sudor que la empapaba pero no pudo. Recordó lo que había visto antes de desvancerse. Se miró y allí donde debería estar su mano encontró el muñón de nuevo. La impresión casi lo vuelve a vencer. Se apoyó en el lavatorio y se incorporó lentamente hasta poder mirarse al espejo.
Se miraba sin poder creerlo. Los ojos claros, el pelo largo con rulos, la barba crecida. Los piercings, el tatuaje en el cuello… Se pasó la mano que le quedaba por la garganta y siguió los firuletes dibujados por su cuello. "Es una pesadilla" pensó inmediatamente. Tiene que serlo. Él no era él. No era ése del espejo. No le faltaba una mano, ni tenía un tatuaje ni tenía rulos y pelo largo. Pero se movía y… No podía ser. No podía ser que fuera.
Encontró los restos de un vaso cerca de la pared. Buscó a ver si había alguien en la casa, pero estaba solo. Reconocía su casa pero él no era él. Tenía que despertarse de ese sueño. Algo se ocultaba debajo de su pantalón hecho un bollo en el suelo. Levantó el jean y vio el frasco naranja con pastillas redondas. Seguramente había tomado algunas. ¿Estaría drogado? Se le ocurrió entonces llamar a un amigo para saber si estaba soñando. Caminó hasta la mesa de luz y buscó su teléfono celular. No lo encontró. Fue hasta el de línea y levanto el auricular. No tardó ni dos segundos en darse cuenta de que no sabía su número de celular de memoria. —Maldita modernidad— pensó.
Continuó con su tarea abnegada pero no logró encontrar el celular. Tampoco encontraba las llaves y la puerta estaba trabada. No podía contactarse con el mundo exterior. No había electricidad así que no podía ver televisión. Ni escuchar radio. Se sentó a esperar. Estuvo con la espalda contra la pared, intentando repasar paso por paso lo que había hecho pero no lograba recordar nada, ni siquiera quién era el que veía en el espejo ni porqué le faltaba una mano. Después de casi 15 horas desistió y fue a acostarse.
Se despertó varios días después en un hospital. Lo habían encontrado deshidratado, luego de que sus compañeros de trabajo denunciaran su repentina ausencia durante dos semanas. Los médicos hablaban del milagro que representaba haber sobrevivido sin agua ni comida durante tantos días. La televisión quería la historia del hombre invencible. Las enfermeras se acercaron con una sonrisa. "¿Quiere algo?" le preguntaron. —Me gustaría saber quién soy—.
La empujó con la punta, pasó directo y la tragó. Después la empujó con un vaso de whisky. Lo apuró y apoyó el vaso fuerte contra la mesa. Se rajó el borde. Lo levantó sin haberlo soltado y lo estrelló contra la pared. Se quedó sentado ahí, viendo los pedazos de vidrio mientras terminaban de girar sobre el piso frío. Apoyó la mano sobre la mesa, la frente sobre la mano, y se durmió.
Se despertó con un sabor de boca amargo. Los labios secos, cortados. Se incorporó y tuvo que sentarse de nuevo por el mareo que sintió. Le tomó unos minutos poder ir hasta el baño. Le latía la cabeza, se movía el piso, todo estaba muy raro. Llegó hasta el baño y se hincó para lavarse la cara con ambas manos. Gritó y todo se puso oscuro. Sintió el piso frío contra la cara antes de perder el conocimiento.
Cuando se despertó seguía tirado en el piso. Quiso correrse el pelo de la frente, pegado por el sudor que la empapaba pero no pudo. Recordó lo que había visto antes de desvancerse. Se miró y allí donde debería estar su mano encontró el muñón de nuevo. La impresión casi lo vuelve a vencer. Se apoyó en el lavatorio y se incorporó lentamente hasta poder mirarse al espejo.
Se miraba sin poder creerlo. Los ojos claros, el pelo largo con rulos, la barba crecida. Los piercings, el tatuaje en el cuello… Se pasó la mano que le quedaba por la garganta y siguió los firuletes dibujados por su cuello. "Es una pesadilla" pensó inmediatamente. Tiene que serlo. Él no era él. No era ése del espejo. No le faltaba una mano, ni tenía un tatuaje ni tenía rulos y pelo largo. Pero se movía y… No podía ser. No podía ser que fuera.
Encontró los restos de un vaso cerca de la pared. Buscó a ver si había alguien en la casa, pero estaba solo. Reconocía su casa pero él no era él. Tenía que despertarse de ese sueño. Algo se ocultaba debajo de su pantalón hecho un bollo en el suelo. Levantó el jean y vio el frasco naranja con pastillas redondas. Seguramente había tomado algunas. ¿Estaría drogado? Se le ocurrió entonces llamar a un amigo para saber si estaba soñando. Caminó hasta la mesa de luz y buscó su teléfono celular. No lo encontró. Fue hasta el de línea y levanto el auricular. No tardó ni dos segundos en darse cuenta de que no sabía su número de celular de memoria. —Maldita modernidad— pensó.
Continuó con su tarea abnegada pero no logró encontrar el celular. Tampoco encontraba las llaves y la puerta estaba trabada. No podía contactarse con el mundo exterior. No había electricidad así que no podía ver televisión. Ni escuchar radio. Se sentó a esperar. Estuvo con la espalda contra la pared, intentando repasar paso por paso lo que había hecho pero no lograba recordar nada, ni siquiera quién era el que veía en el espejo ni porqué le faltaba una mano. Después de casi 15 horas desistió y fue a acostarse.
Se despertó varios días después en un hospital. Lo habían encontrado deshidratado, luego de que sus compañeros de trabajo denunciaran su repentina ausencia durante dos semanas. Los médicos hablaban del milagro que representaba haber sobrevivido sin agua ni comida durante tantos días. La televisión quería la historia del hombre invencible. Las enfermeras se acercaron con una sonrisa. "¿Quiere algo?" le preguntaron. —Me gustaría saber quién soy—.
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