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viernes, 2 de septiembre de 2011

Nadador

Empezó sin darse cuenta. Llegaba del colegio y se sentaba en el cordón de la vereda. Ni entraba para almorzar. Se quedaba viendo a los pocos autos que pasaban por su calle empedrada. Algún Gordini, ese Peugeot que le gustaba…

Miraba el verdín, flora del adoquín y algunas hormigas que caminaban apuradas como si fuera a cerrar el banco y tuvieran muchas hojitas para depositar. No pensaba, solamente observaba.

Así estaba un rato largo hasta que su mamá lo llamaba a los gritos. Iba resignado, dejaba la mochila en el pasillo y se sentaba a la mesa frente al plato frío de fideos con salsa. -¿Qué hacías?- le preguntaba ella. -Nada- respondía siempre. -¿Cómo que nada?- insistía ella. -Nada-. -Bueno comé que estás flaquito, hijo-. -Sí, mamá-.

Esta secuencia se daba 3 o 4 veces a la semana. En verano cambiaba porque él no iba al colegio. Pero la conversación iba por lo mismo. ¿Qué hiciste hoy? ¿Con quién jugaste? -Nada-.  
Cuando fue mayor y descubrió que las chicas se interesaban por él, no se hizo mucho el galán. Si le preguntaban si le gustaba Marta o Graciela no respondía, se encogía de hombros. Como quien dice "y bué".

¿Qué querés estudiar? -Nada-. ¿Te pasa algo? -No, nada-. La vida pasaba de largo. Él la veía pasar desde afuera. Todo le daba igual.

Todo el tiempo, nada. Un día algo pasó. Fue como un chapuzón en agua helada. Se despertó. Se dio cuenta de que estaba flotando sin proponérselo. Hay gente negadora, soñadora. Él era nadador.

Al contrario de lo que podría pensarse, no se deprimió. Tomó coraje y se tiró de cabeza en la pileta de la vida. No se iba a ahogar.

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