Ni idea dónde voy pero seguime

miércoles, 8 de octubre de 2014

La ceja

Yo me siento joven. Es más, todavía lo soy. No sé a partir de qué edad se es viejo o se deja de ser joven. O si hay algo intermedio entre ser joven y dejar de serlo. El asunto es que yo me siento joven.

Tengo ganas de divertirme, me gusta jugar y cada tanto hasta me siento un niño. Es mi cuerpo el que me parece que cambia. Cada tanto me da alguna señal como para que me vaya haciendo a la idea de que el tiempo pasa.

Un dolor de espalda, una que otra canita, contracturas... Pero hay algo, una cosa, que es absoluta e imperturbable. Es tan insignificante que no sé cómo se convierte en la señal más fuerte e innegable de que ya no soy tan joven.

Cada tanto requiere de una tijera. Se trata, no lo voy a ocultar, de una ceja. Ella crece y sobresale erguida, orgullosa sobre mi frente. Mostrándole al mundo que hay una vejez incipiente en mí. Ofreciéndome, de manera aterradora, una vista previa de lo que será mi vejez cuando en vez de negra como la noche sea blanca como la luna y cuando no sea la excepción a mis cejas cortas sino una más entrelazada en una maraña de vellos añosos. Y así estará, solitaria, no sé cuánto tiempo más. Hasta que sean tantas que ya no podré controlarlas, mantenerlas cortitas. Dejarme.

Nunca pensé que una ceja pudiera hacerme sentir menos joven.